El objetivo de reducir a la mitad el hambre en el mundo en el año 2015 no se cumplirá. Los avances en ese campo han sido decepcionantes, y existe un alto riesgo hoy de que se pierda lo logrado y empeore la situación alimentaria de la población mundial. El continente africano se queda rezagado, los más pobres, las mujeres, los niños y las comunidades que viven en zonas expuestas a desastres naturales sufren esa lacra en primer término. Desde hace cinco años, una crisis económica, social y ambiental ha mostrado lo frágil, injusto e insostenible que es nuestro sistema alimentario. Esto se debe a políticas que han favorecido unos precios de los alimentos volátiles y crecientes, no han frenado el cambio climático, han generado conflictos para acceder a los recursos naturales o un modelo de inversión a gran escala que olvida al pequeño productor y el desarrollo rural. En España el hambre también se ha hecho visible, como consecuencia de la crisis económica y de unas políticas de austeridad que han llevado a más pobreza, más exclusión social y más desigualdad. Sin embargo, acabar con el hambre está al alcance de nuestras manos. Es un problema global, con causas comunes y soluciones globales, que necesita de una movilización de todos y todas. Los gobiernos, los mercados y los ciudadanos tenemos algo que decir.
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